Abelardo Castillo, estrevistado para «Ultima hora», periódico de Paraguay


Abelardo Castillo: Literatura y compromiso de un iniciado

El escritor argentino, autor de obras de teatro como Israfel y novelas como Crónica de un iniciado, abrió su casa a un cronista del Correo Semanal. Habló de Roa Bastos, Barret, Elvio Romero, del compromiso de la literatura y de las particularidades del medio argentino.

por Blas Brítez | Periodista | bbritez@uhora.com.py

Abelardo Castillo

Una escalera en forma de caracol conduce a una amplia sala. Una envidiable mesa de ajedrez domina el recinto. Dos sillas, frente a frente, prefiguran viejas y futuras justas en los trebejos. Más al fondo, una mesa repleta de libros y una puerta que, después descubriríamos, conduce a su estudio. Llego con mi hermana, quien vive en Buenos Aires y me ayudaría a hacer las fotos. Casi tropezamos con un enorme televisor encendido. Un partido de tenis. Pregunto:

-¿Le gusta el tenis?

-Sí, claro- me dice secamente.

-A ver, ¿Nadal o Federer? -le pregunto, canchero, como dicen sus compatriotas.

-Federer, por supuesto- me contesta-, aunque Nadal sea el jugador del momento.

Es Abelardo Castillo. No es fácil ser él. Dejó su nombre, gracias a una carrera basada en la genuina construcción de una ética y una estética ejemplares, en varios campos de la literatura argentina: novela, cuento, teatro, ensayo, periodismo. Nos acomodamos frente a frente, con el tablero de ajedrez en medio, mi hermana sentada en un sofá. Sin perder el tiempo, comienzo a preguntar a este hombre que escribió sobre Rafael Barret y supo ser amigo de Roa Bastos y Elvio Romero:

Barret, literatura y anarquismo

-Nosotros en Paraguay consideramos a Rafael Barret como uno de los fundadores de la literatura paraguaya. ¿Cómo lo ven ustedes en la Argentina, en donde también vivió?

-Es sin duda el fundador de la literatura paraguaya. En cuanto a su relación con la Argentina, por lo menos los argentinos de la época lo sentían como argentino, e incluso en Paraguay se lo sentía como argentino. Una de las injurias que tenía que soportar Barret en Paraguay era «el gringo argentino» (risas). Él había ido de acá, de la Argentina. En Paraguay, me refiero a la época en que vivió allí Barret, una época muy dura, no lo aceptaban como paraguayo, era un personaje anómalo que había venido a perturbar ese orden bárbaro que teníamos en América, pero juzgo que es uno de los más grandes prosistas de la lengua Barret. Se lo conoce muy mal en la Argentina o se lo conoce nada más como escritor revolucionario o como anarquista, que sin duda lo fue. Era para mí lo más parecido a un santo, un hombre de una inteligencia deslumbrante, sus conocimientos de las matemáticas, del ajedrez incluso, y sus conocimientos de la literatura eran notables.

-¿Se puede determinar su influencia en algunos autores argentinos?

-Yo la marca de la prosa de Barret la rescato hasta en Borges. Una vez hablando con Borges acerca de él, porque siempre tuve la sospecha de que lo había leído (Borges tenía en ese entonces 84 años), le pregunté si lo recordaba, porque estábamos hablando de una crítica que hizo Barret a Leopoldo Lugones, muy inteligente, muy barretiana pero al mismo tiempo muy borgiana en algún sentido, donde dice, defenestrando ciertos poemas de Lugones de Lunario sentimental y hablando de sus rimas raras, que los versos suyos, «como ciertos países, eran pintorescos solo por el borde». La poesía de Lugones a Rafael Barret le parecía así. A Borges le causó mucha risa eso y me dijo que sí, que cómo no iba a conocer a Barret y recuerdo sus palabras textuales. Dijo: «Recuerdo la primera edición que se hizo de las Obras completas, una edición en tres tomos de tapas amarillas». Era la edición que le hizo acá la editorial Americalee. Luego se encontró una carta de Borges en la que él le escribe a alguien desde Europa diciéndole: «¿Quién es este escritor?», y no sabía si era español o era argentino, del que había leído ciertas cosas y que le parecía estupendo. Era Rafael Barret.

-Usted publicó hace poco más de un año un artículo sobre Barret en el diario Página 12; en esa misma edición se dio a conocer un capítulo del libro Asombro y búsqueda de Barret, del español Gregorio Morán, que niega el anarquismo de Barret…

-Lo cual es desconocer a Barret. Hay un artículo suyo que se llama «Mi anarquismo». Y es más, el artículo sobre Buenos Aires… esperá un poco.

Castillo se levanta y va, con paso lento, elefantiásico, hacia su estudio, en donde se encuentran sus libros o por lo menos una parte de ellos. Tres minutos después regresa, con tres tomos de libros de Barret: somos tres personas escarbando en la memoria literaria de tres países, España, Argentina y Paraguay. Busca la cita precisa, tras unos cuantos segundos no la encuentra entre tanta palabra barretiana, y sigue diciendo:

-Él reivindica la grandeza del gesto anarquista, que puede ser bueno a través del odio, eso siente en su momento y ahí se despierta su anarquismo. Es más, él ha escrito mucho sobre su propio anarquismo. Que no sea el anarquismo que considera anarquismo este hombre, puede ser. En general siempre los críticos tienen tendencia a negar cierto tipo de posiciones de los autores. Cuando es un autor comunista, «no era tan comunista como él decía»; si era anarquista, «no era tan anarquista como él decía»; si era cristiano, «no era tan cristiano como él decía».

Roa Bastos y Elvio Romero

-Otra figura excluyente de la literatura paraguaya que ha tenido una larga relación con los escritores argentinos es Augusto Roa Bastos. ¿Usted lo conoció?

-Fue amigo mío, si la palabra puede ser aplicable a un hombre que era bastante mayor que yo, aunque curiosamente yo no lo supe hasta muchísimo más tarde. Nos hicimos amigos en los años 60, cuando yo escribí una nota acerca de Hijo de hombre, a la que juzgo una de las novelas más grandes la literatura latinoamericana, y sin duda, aunque ciertos críticos más «modernosos» opinen otra cosa, la mejor novela de Roa. A través de eso nos conocimos por que él me invitó, con gran generosidad… ¡no, miento!, antes de que yo hablara sobre Roa nos conocimos, yo era un escritor totalmente desconocido, había publicado algunos cuentos en El grillo de papel y a Roa le gustaban mucho, y con la base de esos cuentos Roa me invitó a un congreso de literatura latinoamericana que se hacía en la ciudad de Córdoba y que él dirigía. Yo era absolutamente desconocido en esa época, había publicado cuentos en mi revista nada más. Me agarró un gran cariño, creo que no me mentía (risas), le gustaron mucho mis cuentos y cuando él publica su novela yo escribo una nota, pero ya éramos amigos. Yo recuerdo ahora, pensando en esto (hace años que no pienso en esto), que Roa me encontró por la calle y me dijo: «Pero, Abelardo, ¿de verdad te gustó tanto mi novela?» Él era un hombre muy humilde y muy poco pretensioso, a la inversa de lo escritores argentinos, que son siempre muy petulantes. Roa era hacia adentro, y si vos no lo conocías podías no enterarte que era escritor. No hacía alarde de los libros que había escrito ni nada por el estilo. Le digo: «Pero, Roa, si lo dije es porque lo creo».

El tenía un conflicto muy grande con ese tipo de literatura, porque sentía que no iba a poder volver a hacerla, como que había roto con Hijo de hombre un modo de la literatura que a él ya le estaba vedado y que luego retomará en libros posteriores con otro sentido ya. No volvió a ser el escritor de Hijo de hombre; sentía a veces que su público estaba esperando otro Hijo de hombre y él ya no era capaz de darlo.

Nos reuníamos permanentemente. Iba a las reuniones de El escarabajo de oro como si fuera un contemporáneo. Con él hemos ido juntos a la casa de Ernesto Sábato, muchas veces como si nosotros dos fuéramos contemporáneos y Sábato fuera el escritor mayor, y resulta que Roa tenía más o menos la misma edad de Sábato, ¡me enteré mucho después! Lo seguí viendo mientras estuvo viviendo en la Argentina. Nos encontrábamos en el Café Chambery e incluso escribimos un cuento con Vicente Battista y con él, con una idea que surgió en broma (porque él estaba en otra revista publicando en esa época); alguien dijo que podríamos empezar a escribir un cuento en una revista y publicar el final en la otra. Entonces, de ahí salió la idea de escribir un cuento con el mismo tema, un cuento donde hubiera una traición: él escribió «Encuentro con el traidor»; Vicente Battista escribió «Esta noche reunión en casa»; y yo escribí «Hombre fuerte». Esos tres cuentos son nacidos en el mismo momento por una broma que hicimos en un café.

-¿Su amistad con Roa le permitió conocer a otros creadores paraguayos?

-Conocí a Elvio Romero, pero al margen de Roa, por el peso de Elvio Romero como poeta. No pude conocer la literatura paraguaya. Claro, éramos amigos, no estábamos todos los días juntos, nos veíamos por ahí una vez por semana, pero la relación nuestra con la literatura paraguaya siempre fue muy distante, era como si con Roa Bastos y Elvio Romero se acabara nuestra relación con ella. A Elvio lo conocí personalmente. Es uno de los grandes poetas de nuestro continente, además de una grandísima persona. Con él tenía una relación menos cercana que con Roa, pero nos hemos visto muchísimas veces, sobre todo en los años 60 y 70.

Sartre y el compromiso

Tengo muchas preguntas en la cabeza. Pero hay una que me parece inevitable, porque, como dijo en otro momento de la conversación, para Castillo y sus compañeros de generación, el «Papa era Sartre»:

-¿Hay que releer ¿Qué es la literatura? y reformular el compromiso del escritor?

-Sin duda hay que releer ¿Qué es la literatura? La literatura comprometida de Sartre no está perimida, creo que estaba perimida cuando Sartre la enunció. Pero hay que releer a Sartre, porque sus ideas acerca del compromiso siguen siendo válidas, porque un escritor no es sólo sus ficciones, está los ensayos que escribe, las respuestas que da a ciertas instancias de la realidad. Si me preguntan acerca de los problemas de Bolivia, por ejemplo, y voy con la excusa de que «sobre eso no opino, estoy escribiendo una novela», en realidad no soy un escritor comprometido, sino un escritor cómplice del sistema. Ahora, si me piden que escriba una novela para dar testimonio de eso, no lo haré, porque no creo en ese tipo de literatura. Creo que un escritor comprometido puede escribir cuentos fantásticos, poemas de amor, lo que quiera, como lo demuestra la historia. ¿Dónde está el compromiso político de Lorca en su obra? Sin embargo, a Lorca lo fusilaron. ¿Qué es lo que puso en su compromiso? Su cuerpo. ¿Qué es lo que debe poner todo hombre en su compromiso ideológico y político? Todo lo que tiene, que es su cuerpo. Que pueda poner o no su literatura es secundario. Algunos pueden: Neruda pudo a veces, a veces muy mal y a veces muy bien; podía Maikovski, pudo Nicolás Guillén, no todos los escritores pueden. ¿Yo voy a retirar los versos de Miguel Hernández porque no son políticos? De ninguna manera. Además creo que es una idea bárbara del compromiso, que no está realmente en Sartre, que fue tomada de Sartre, mal, por escritores mínimos que pusieron el compromiso por encima de la literatura sin darse cuenta que una literatura, para ser literatura comprometida, debe ser previamente literatura.

Cortázar y Sábato

-Me gustaría preguntarle sobre dos escritores argentinos cuyos nombres, desde hace bastante tiempo son denostados por ciertos sectores de la intelectualidad argentina: Cortázar y Sábato. ¿Qué opina de ello?

-En general, cierto tipo de escritor, cuando niega a los otros escritores es para ponerse él en el lugar de esos escritores, cosa que nunca compartí. Yo no creo que haya que sacar de la literatura a los grandes escritores para ponerse uno. Es mucho más riesgoso pertenecer a una literatura en donde están Cortázar, Borges, Mujica Laínez, donde están los grandes escritores argentinos y extranjeros.

Dicen que Cortázar de todas maneras se seguirá leyendo porque es un escritor para adolescentes, sin darse cuenta que ése es el mérito formidable de Cortázar, porque ¿quién es el gran escritor que no se ha leído en la adolescencia? Yo a los 21 años había leído a Kafka, a Sartre, estaba leyendo el Ulises de Joyce, había leído a Dostoievski, ¿y por qué esos escritores se comprenden en la adolescencia?, ¿quién no se ha deslumbrado con la literatua de Herman Hesse en la adolescencia,? ¿quién no se ha deslumbrado con Los hermanos Karamazov o con Crimen y castigo? Es la adolescencia el lugar de la lectura. ¿Vas a esperar tener cincuenta o sesenta años para leer Guerra y paz? Yo te aconsejaría que no, porque no tiene uno tanto tiempo. Es la adolescencia el momento en que se leen los grandes libros. O sea, decir que un escritor es para adolescentes es ensalzarlo, no denigrarlo. Si un escritor no es un escritor para adolescentes, es un mal escritor.

-¿Y con Sábato?

-Creo que con Sábato se ha cometido un error. Ha sido criticado por sus actitudes públicas y además, a veces, por su carácter, gente que ni siquiera lo había leído. Pero hay un hecho, que lo puede comprobar cualquiera: Sábato ha escrito, por lo menos, Uno y el universo, Hombres y engranajes y Sobre héroes y tumbas, que son libros que no podés sacar de la literatura argentina. No estoy de acuerdo con el Sábato que escribe Abadón el exterminador, que me parece una novela muy mala, y no estoy de acuerdo con ciertas actitudes políticas y públicas, pero eso no menoscaba en absoluto la literatura de Sábato.

Entonces hay ciertos escritores que se manejan con ese tipo de idea de la literatura: hay que sacar todo esto para ponerse uno ahí. A mí no me interesa eso, es más, no me interesa la teoría literaria, no me interesa lo que dicen los críticos, ni lo que dicen de la literatura de Cortázar, Borges o Sábato, en la misma medida en que no me interesan lo que dicen de la mía. Yo escribo libros y ahí están, vengan a consultarme dentro de cien años a ver qué quedó de la literatura argentina y ahí empezamos a hablar en serio.

Tres revistas, tres décadas de literatura argentina

«El escarabajo de oro fue cerrada por la policía, por un decreto del Poder Ejecutivo, por nuestra adhesión a Cuba y por nuestra ideología izquierdista, por llamarla de algún modo, aunque nunca estuvimos afiliados al Partido Comunista. Pero básicamente dicho, yo prefería que me confundieran con un nombre comunista y no con un conservador.

El grillo de papel era menos ideológica, fue cerrada por histeria policial y gubernamental en 1960, y en el 61 sale El escarabajo de oro que era definitivamente una revista de izquierda. A esa revista siempre perteneció Roa Bastos como colaborador permanente, aunque él no compartiera del todo ciertas ideas nuestras. El ornitorrinco viene después, ya cuando estaba la dictadura».

-¿Cómo juzga esas tres décadas de dirigir esa revistas?

-No puedo juzgar. Para mi la pertenencia a El grillo de papel, El escarabajo de oro y El ornitorrinco, por sobre todo a las dos primeras, tiene que ver con mi juventud, es decir, para mí dirigirlas era una manera de ser joven. Yo tenía 24 años cuando fundé El grillo de papel. Nunca le dimos la importancia que luego tuvieron, pero me alegro de ello, nos enteramos después que las revistas había sido importantes. Nosotros no teníamos interés en sacar una revista «importante». Queríamos sacar algo que de algún modo representara a un grupo de escritores que era muy joven, pero sobre todo nuestra idea de la literatura era publicar en nuestra revista aquello que nos gustaría leer. Y como no se publicaba en otros lugares, lo publicábamos nosotros. Además no queríamos tampoco sentar cátedra ni política ni estética, mucho menos estética que política. Uno de los lemas de El grillo de papel era: «Gris es toda teoría, verde el árbol de oro de la vida», que es una frase del Fausto de Goethe. Es decir, la teoría no nos interesaba mucho; nos llevó a la teoría y al tener que discutir problemas ideológicos y políticos la propia realidad argentina.

Breve perfil

Nació en San Pedro (Prov. de Buenos Aires) el 27 de marzo de 1935. Fundó El grillo de papel, continuada por El escarabajo de oro, una de las revistas literarias de más larga vida (1959-1974) Su primera obra de teatro fue El otro Judas (1959). Dirigió también la revista El ornitorrinco (1977-1987). Algunos de sus cuentos fueron traducidos al inglés, francés, italiano, alemán, ruso y polaco. Los títulos de sus obras son Las otras puertas (1961, Premio Casa de las Américas), Cuentos crueles (1966), El cruce del Aqueronte (1982, Premio Municipal), Las palabras y los días (ensayos, 1989, Premio Municipal), El que tiene sed (novela, 1985, Premio Municipal), Cuentos Completos (1998), Crónica de un iniciado (1991) y El Evangelio según Van Hutten (1999), entre otros.

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Una respuesta to “Abelardo Castillo, estrevistado para «Ultima hora», periódico de Paraguay”

  1. ANGELES Says:

    ES BUENA LA ENTREVISTA PERO ME RESULTOMUY BREBE.

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